El pasado lunes la Sala Caja Segovia albergó un concierto del Grupo Vocal Sotto Voce incluido dentro de la programación de actos que festejan los 125 años de la entidad bancaria. Ante una gran cantidad del público, esta singular agrupación segoviana, constituida por siete voces masculinas dirigidas por Miguel Gálvez, desgranó un repertorio de gran belleza y capacidad expresiva fundamentalmente centrado en la canción popular latinoamericana del siglo XX.
A lo largo de una hora ininterrumpida el grupo ofreció un total de 16 piezas representativas de los principales ritmos y estilos que han definido la música popular, desde la habanera al tango pasando por el bolero, la cumbia, el vals peruano, la canción o el choro. Pequeñas obras maestras que unen música y poemas de autores como el querido y añorado Jorge de Ortúzar, Atahualpa Yupanqui O Ernesto lecuona, Y de parejas tan fructíferas artísticamente como las integradas por Ariel Ramírez y Félix Luna, Alberto Favero y Mario Benedetti, Homero Manzi y Anibal Troilo o Pixinguinha y Joao de Barro.
Aparte del acierto en la elección de un repertorio de gran frescura, una de las principales virtudes de Sotto Voce reside en su originalidad.No solo por su acercamiento al público mediante presentaciones que combinan rigor y fino sentido del humor, o por la naturalidad de su presencia escénica, sino, fundamentalmente, por la cualidad de su plantilla vocal que, integrada exclusivamente por voces masculinas y sin renunciar al tejido polifónico a cuatro voces pese a la estrechez del ámbito, ofrece una sonoridad suntuosa bien modelada y explotada por los arreglos de Miguel Gálvez.
Los resultados musicales fueron muy satisfactorios, solo en algunos momentos pudo apreciarse algún titubeo en afinación, falta de empaste en pasajes potentes o tibieza en el subrayado de ciertas onomatopeya, que fueron compensados con ricos detalles como la mesura en el empleo de los rittardandi que permite finales breves e impactantes, la libertad de fraseo en las intervenciones de los solistas, la vivacidad rítmica (patente en la «Tarantela»), y la claridad en la articulación del texto (debida a la renuncia de una excesiva impostación vocal).
Aunque todas las canciones fueron de gran belleza, no pueden pasarse por alto momentos especialmente felices como los conseguidos en la transparente mayúsculas «La niña de agua de Ortúzar», «Alfonsina y el mar», «Aquella tarde», «El tango Sur» (cuyo final evoca al estilo del gran Pugliese), «Carinhoso» (Que a pesar de una pronunciación demasiado abierta del portugués de las tierras brasileñas no perdió un ápice de ilusión), el reivindicativo «Duerme negrito», el gastronómico «Menú» y los dos espirituales negros ofrecidos como bis.